Satoru Fujinuma, mangaka sin éxito y trabajador a tiempo parcial, posee una extraña habilidad cada vez que ocurren incidentes peligrosos. Esta habilidad se llama “Repetición” y le permite regresar normalmente entre 1 y 5 minutos en el tiempo. De este modo, es capaz de evitar bastantes desgracias a otras personas, aunque puedan ponerle en peligro. Un día, mientras acompañaba a su madre logra evitar un intento de secuestro. Pero esto le cuesta caro ya que el secuestrador se da cuenta de que le conoce y la mata en su apartamento. Satoru al ver a su madre asesinada, sufre una “repetición” y vuelve 18 años atrás (ahora convertido en niño) en el tiempo para evitar la muerte de su madre y resolver un antiguo caso de secuestros.

Boku dake ga Inai Machi (2016) es la adaptación animada realizada por A-1 Pictures del manga del mismo nombre escrito por el mangaka Kei Sanbe y publicado en la revista Young Ace. El planteamiento principal nos habla sobre cómo nuestro protagonista, Satoru Fujinuma, a través de su habilidad especial, intenta detener los asesinatos acontecidos en su quinto año en la escuela primaria. Es decir, nos encontramos ante un thriller que, sin embargo, opta por un enfoque menos convencional. En vez de centrarnos en encontrar y parar al culpable la meta de Satoru pasa por proteger a las víctimas del aciago destino que tienen marcado. 

Un planteamiento que algunos señalarán como desacertado, ya que mientras el asesino no se encuentre entre rejas las niñas, los hombres falsamente imputados y otras posibles víctimas no podrán descansar de verdad. Un servidor claramente concuerda con esta opinión porque el protagonista y sus amigos nunca intentan buscar una alternativa a su plan antisecuestro, sabiendo que hay alguien observando detrás de ellos a sus víctimas para llevar su macabro plan. No obstante, esta opción menos inteligente nos permite una implicación personal con las víctimas, especialmente con Kayo Hinazuki, que será fundamental para los propósitos temáticos de la obra.

Uno de los ejes temáticos del anime es precisamente la implicación y conexión personal con aquellas personas que nos son cercanas: amigos, familiares o compañeros de clase. El Satoru Fujinuma del primer episodio es un buen ejemplo de alguien que se encuentra aislado de todo el mundo, llevando una vida solitaria y autónoma sin interactuar significativamente con nadie. Aunque con su poder temporal sigue acudiendo al rescate de aquellas personas que están en peligro, Satoru no parece admitir su vocación heroica y no tiene "aliados" en los cuales creer y confiar. Este hecho le ha repercutido negativamente, por ejemplo, a la hora de plasmar personajes y vínculos afectivos en los manga que dibuja. Una carencia que, sin embargo, no es reciente sino que radica en las desapariciones ocurridas en su infancia. Su yo de 11 años desarrolló un arrepentimiento ante su incapacidad para salvarlas o demostrar la inocencia de Yukki. Erased nos deja claro un mensaje: el anhelo de convertirse en un héroe que busca la felicidad y bienestar de los demás, apoyándose en las personas en las que se quiere creer.

Por fortuna los eventos se desarrollaron favorablemente en esta dirección porque Satoru encuentra en el grupo de amigos de su infancia, especialmente Kenya, su nueva amistad con Kayo Hinazuki y la reapreciación de su vínculo maternal una forma de retomar los esfuerzos de su yo pasado. ¿Qué esfuerzos? Pues simplemente ser menos introvertido y tratar de relacionarse con sus compañeros de clase. Unos intentos que vinieron motivados por su amigo Jun Shiratori, quien le dio "valor" y consejos. Una lástima que en ambas versiones de esta historia no conocemos al anterior Satoru porque Kayo y Kenya nos hablan de su actitud de "impostor", de manera que el cambio para nosotros no existe y no por tanto no hay efectos catárticos. Con todo, Satoru entabla amistad con la querida Kayo, que detrás de ese rostro de apatía demuestra querer ser feliz luego de que Satoru insiste mucho en acercarse a ella. Una relación muy satisfactoria, aunque el retrato de la violencia doméstica sea muy pobre y su contribución a su propio cambio vital no destaque por encima de las acciones de Satoru. Uno no puede más que aplaudir a Satoru por conseguir que esta niña tenga una vida normal y feliz, con momentos en los que tener aventuras con sus amigos.

Con estas variables en juego la trama atrapó rápidamente a la mayoría de personas y supo mantener el interés de estos a lo largo de casi todos sus capítulos. En todo momento se podía palpar la tensión en el ambiente sin saber qué ocurriría a continuación, si el asesino estaba cerca para cometer los crímenes que Satoru intenta evitar. Con el corazón en un puño y temiendo por el destino de los personajes como Kayo, cuya dramática situación familiar resultaba conmovedora. La amistad entre los dos niños y los momentos especiales que vivían fueron una de las cosas que más llamaron la atención. Esperando que tuvieran un futuro favorable y hasta quizá un desenlace amoroso, pese a lo complicado del asunto. Entonces, se pueden señalar como puntos fuertes el suspense y los giros argumentales, y la relación entre los personajes y su situación personal. 

Si me obligaran a comentar algunas cuestiones negativas que afectaron no al conjunto pero sí a aspectos de la obra debería mencionar, en primer lugar, la habilidad sobrenatural. El poder temporal claramente responde a la necesidad de Satoru de convertirse en un héroe, pero las reglas de su funcionamiento no resultan claras ni para el mismo protagonista. Es decir, es más un artilugio a disposición del escritor que una herramienta determinada por los límites y normas de la realidad. Otra cuestión relacionada es la incriminación de Satoru en el asesinato de su madre, que en ningún momento debió producirse. Ni hay móvil ni circunstancias que lo incriminen de una forma realista. Su huida es más una salida caprichosa y torpe del autor para generar un conflicto que algo que de verdad el asesino podría haber provocado. Sin embargo, si de incompetencia dramático hablamos Airi es el personaje más apropiado en el que pararnos. Sus creencias por muy idealistas que sean podrían ser admisibles si la experiencia dramática con su padre no resultara en un auténtico esperpento con la irrupción del chocolate como motor para causar una suspensión laboral y un divorcio. Esta falta de proporcionalidad entre la causa y el efecto del incidente no se corresponde con un escenario realista, probable o improbable.

Si en verdad hay un aspecto intachable en esta obra es el trabajo artístico, gracias a que desde el estudio A-1 Pictures han concentrado bastantes recursos. Se nota mucho el detalle en la animación y los fondos. Pero se guardan la artillería pesada para las escenas más emocionales, donde el uso de los colores, la iluminación y el brillo son asombrosas. Como resultado final, esos hermosos momentos consiguen ser tan especiales para los personajes como para el público. Otro detalle muy importante es el uso de un estilo visual que consiste en utilizar barras negras en las partes inferior y superior del episodio como una cinta de cine. Este particular recurso aparece en aquellos momentos en que Satoru se encuentra recordando determinados sucesos o cuando se encuentra juntado los datos de los que dispone para llegar a una conclusión. Con esto logra hacer la narración más interesante y atractiva, remarcando esos momentos del argumento.

De sobras es conocida a la compositora de esta banda sonora, Yuki Kajiura. Como era de esperar la música deja una buena impresión en nosotros, con una consonancia adecuada entre música y arte. Uno de los temas más destacables suena en los encuentros a solas entre Satoru y Kaya. La música adquiere un ambiente nocturno y frío mientras exterioriza los sentimientos de los dos niños a través de los instrumentos. En cuanto al tema de apertura se titula “Re: Re” y corresponde su creación al grupo Asia Kung Fu Generation. Bajo mi punto de vista, su ending me pareció mucho mejor, titulado “Sore wa Chiisana Hikari no Youna”. Perfecto para cerrar cada capítulo semanal.